“Nadie podrá decir nunca que no canté”
15/02/2012
JOSE A SANTOS – ARTE Y CULTURA
Nueva York, 25 de Octubre de 1944. Hacía dos semanas que se habían agotado las entradas para su primer y único recital público en el Carnegie Hall. La artista esperaba en el camerino, en medio de una selva de flores, obsequio de sus miles de incondicionales. Llevaba toda la vida preparando su voz para el bel canto. No sin sufrimiento, pues tuvo que esperar a la muerte de su madre, cuando ella ya tenía 60 años, para dedicarse plenamente a esta pasión. La expectación era máxima y todo estaba a punto: La artista, con sus 76 años embutidos en un vestido con alas de diseño propio; el público, expectante por poder al fin disfrutar de un repertorio operístico que iba de la Flauta Mágica de Mozart a ‘Clavelitos’; y la crítica musical que, pluma en mano, podría explayarse para el día siguiente llenar las páginas de los diarios de la ciudad. Estaba todo listo ¡Menos su voz!
No era ninguna afonía lo que impediría cantar medianamente aceptable esa noche a la rica heredera Florence Foster Jenkins: Era su falta de talento. Su intención era buena pero el resultado era una mierda. Sin embargo, público y crítica ya lo sabían. Con humor los primeros y con saña los otros asistirían esa noche a un recital lamentable. Incluso lo sabía el pianista que acompañaba desde hacía años a Florence y se mofaba de ella a sus espaldas.
Saltamos en el tiempo hasta 2005. En el momento en el que el músico estadounidense Sufjan Stevens publica su segundo disco inspirado en uno de los estados que forman los EE.UU. en este caso Illinois: había canciones dedicadas a sus ciudades, a su capital Chicago, a la exposición universal de 1893, y a su asesino en serie más famoso: John Wayne Gacy, Jr.
Wayne Gacy fue condenado a 21 cadenas perpetuas y 12 sentencias de muerte por los 33 asesinatos que se le pudieron atribuir. Estuvo 14 años en prisión antes de que una inyección letal acabara con su vida en 1994. Un tiempo que aprovechó para cultivar su vena artística: ejecutó cerca de 2.200 óleos, prácticamente siempre con su alter ego, el payaso Pogo, como motivo.
De payaso a pintor, pasando por spychokiller
La pintura del psycokiller Wayne Gacy acabó siendo algo más que un pasatiempo. Su obra se revalorizó tras su muerte. Se subastaron muchos de sus lienzos y, según dicen, acabaron algunos en manos de cineastas como John Waters o de Johnny Depp: gente para los que Wayne Gacy despierta cierta admiración artística – como inspiración para componer despertó en el caso de Sufjan Stevens.
una obra más del Wayne Gacy artista
Florence y Wayne Gacy son solo dos ejemplos muy diferentes de una legión de creadores considerados outsiders. De hecho, el término arte outsider fue acuñado en los años setenta del siglo pasado por Roger Cardinal para referirse al arte marginal surgido de artistas que trabajan fuera de la sociedad: personas con intenciones sinceras que no son conscientes del abismo que los separan del resto de mortales. Sin embargo, para hallar sus orígenes tenemos que remontarnos hasta finales del siglo XIX, con el estudio de las creaciones de enfermos mentales.
Hoy en día se reconocen desde outsiders cineastas como Ed Wood, escritores como Henry Darger o influyentes músicos pop como Daniel Johnston. Todos en la marginalidad de lo políticamente correcto y establecido; pero ¿artistas de verdad?
Volvamos al Nueva York de 1944. Un mes más tarde del triunfal concierto en el Carnegie Hall, Florence Foster moría feliz. Sobre las risas del público siempre pensó que eran admiradores infiltrados de sus más directas competidoras en la primera linea del duro ambiente del bel canto. Y sobre las agresivas críticas, respondió una vez que la gente podía decir que ella no sabía cantar, pero que “nadie podrá decir nunca que no canté”.