Abofetear a un papa
20/03/2013
JOSE A SANTOS – ARTE Y CULTURA
El Vaticano muy muy muy filtrado.
En los 20 minutos que suceden entre la fumata blanca y el momento en el que se anuncia quién es el nuevo papa desde el balcón de la Santa Sede.
En el interior de una cafetería de la Vía Conciliazione, en el Vaticano. Ese es el sitio y esa es la hora. Conozcamos a los protagonistas:
Está el periodista – enviado especial por su cadena de televisión – sentado en una mesa. Y aparece el cardenal. No un cardenal cualquiera: el cardenal que ha salido del Cónclave y que pide un cortado (en verdad digamos que pide un espresso macchiato). En el exterior la calle es un torrente de gente que se dirige a San Pedro. Quieren saber quién será el nuevo papa. Y el cardenal, un auténtico outsider de la curia romana, eructa entre sorbo y sorbo “es Bergoglio”.
Dilema: ¿Qué debe hacer el periodista? Se dirige pitando al punto de directo de la televisión para la que trabaja y avisa en el aire para sus espectadores que, en breves momentos, desde ese balcón que tiene a sus espaldas, se pronunciará el nombre de Bergoglio como el del nuevo Papa de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. ¡Vaya primicia! O se queda sentado. Llama a su familia. Pregunta qué tal han cenado los niños. Habla del tiempo. Que en Roma no para de llove; que las jornadas son largas y que hace frío; “que, por cierto cariño, si pones la tele verás la Plaza del Vaticano repleta de gente que espera al papa – al nuevo – que será Bergoglio…” O ni eso. Quizá el periodista no deba hacer nada. ¿O si? ¿qué?
Plantearme esta situación es lo más emocionante que ha podido ocurrirme como periodista durante la semana que he pasado en Roma por el Cónclave para la elección del papa Francisco.
La Fumata Negra se ve mejor en televisión
Podemos discutir si la realidad mediatizada es infinitamente más real, más vivida y quizás más emocionante que la propia experiencia personal. Yo creo que sí. Porque existe, por una parte, el convivir y relacionarse con los habitantes de Roma y los visitantes al Vaticano – creyentes y turistas. Y existe, por otro lado, el momento histórico: la elección de un nuevo papa y toda la liturgia, pompa y circunstancia que se le quiera añadir al hecho en sí: un nuevo papa elegido todo lo democráticamente que permite un Cónclave secreto entre 115 hombres, muchos ancianos, de fe ciega y nulo razonamiento científico. Desengañemonos: como seres individuales nunca seremos testigos de la historia; solo fruto de nuestro tiempo.
El arte de informar, de mediar en la información, convierte al emisor del mensaje en testigo de un hecho noticiable que pasa a ser historia una vez es recibido por el espectador. Y esto me lleva al punto de inicio de este post: ¿ha de hacer público el periodista el nombre del nuevo papa antes de tiempo? Quizás con ello rompe el hecho histórico del anuncio del nuevo papado. O quizás genera un nuevo hecho para la historia: un papa anunciado antes por televisión por un periodista extranjero que por el Vaticano desde su sede.
Un buen periodista tiene clara la respuesta.
En el Vaticano llovía cuando salió el humo blanco de la minúscula chimenea de la Capilla Sixtina. La gente tardó unos segundos en darse cuenta del color. Era de noche y se veía mejor por las pantallas que se habían instalado por toda la plaza y el paseo. Un día más tarde desmontaban todo ese dispositivo de monitores y altavoces. Dos días más tarde lo volvían a instalar para la celebración del primer Angelus del papa Francisco. Unas horas después de su nombramiento, de una oscura imprenta salían las primeras estampitas (foto de archivo de la plaza + pantallazo del papa con áurea + cielo de paint). Dos días más tarde la misma foto iba firmada y su tamaño era sensiblemente superior; como el de una postal de correos.
Así es nuestro tiempo.
Hace 710 años un militar italiano enviado por el rey de Francia se plantó en la residencia papal de Anagni con 300 soldados más. Sentado en el trono le espera el papa Bonifacio VIII. Vestidos de gala los dos. El primero con armadura del 1303. El segundo con su tiara papal y todos sus luxury outfits. A menos de un metro de distancia se observan. El papa abre la boca: “Sciarr…” Y Giacomo Colonna, apodado Sciarra (pendenciero en italiano) le suelta un soplamocos que ha pasado a la historia.
Al guantazo que le desencajó la mandíbula al papa y puso a rodar su corona de dos pisos se le conoce como El Ultraje de Anagni e inspiró uno de los episodios de La Divina Comedia de Dante. Bonifacio VIII murió poco después. Su antecesor, Celestino V, lo hizo encerrado por él en el castillo de Fumore. Hasta Benedicto XVI, Celestino V había sido el único dimisionario.
Así es la historia.
Contra el agilipollamiento
06/02/2013
JOSE A SANTOS – ARTE Y CULTURA
Una verdad de la buena
La política me apesta. El tufo a mierda que desprende semejante actividad humana me trepana la pituitaria y me atonta. Y los culpables de ello son la turba de analfabetos suprafuncionales que se han apoderado de lo que se había descrito como el arte de servir al pueblo. Algo que no han conseguido solos: lo han hecho gracias al beneplácito de todos nosotros y al respaldo de una claca de infectas y agradecidas cucarachas alimentadas por la misma mierda que a mi me bloquea el intelecto.
Por suerte o por desgracia el agilipollamiento – el personal y el colectivo – no es completo. Aun puedo escribir esto. Aun puedes leerlo. Y es posible que compartas lo que digo, si no en forma, al menos en contenido:
Tremonti, la Divina Comedia y la alimentación italiana
Se le atribuye al ministro de Economía y Finanzas italiano del último gobierno de Berlusconi, Giulio Tremonti, la frase “Di cultura non si vive, vado alla buvette a farmi un panino alla cultura, e comincio dalla Divina Commedia” para defender los recortes en cultura. Al final, entre 2010 y 2012 redujo en 280 millones de euros los fondos destinados a cultura.
Tremonti empezó socialista, se hizo berlusconiano y acabó fundando su partido ultraliberal. Tremonti es suprafuncional.
A José Ignacio Wert, el actual ministro de Educación, Cultura y Deportes, parece que le gusta que le den caña y para disfrute de su descomunal ego, no duda en vaciar de contenido las carteras de sus tres ministerios a cañonazos de boutades: como la de que “más inversión no hace mejores alumnos” o la de que, a falta de dinero, la industria cultural ha de adoptar “un estado más positivo e imaginativo”.
Wert dejó de militar en Izquierda Democrática un año antes que se firmara la Constitución, pasó a ser de la UCD y le dieron un trabajo en el CIS y en el Consejo Asesor de RTVE, luego pasó a Coalición Popular y a fundar Demoscopia, a ser presidente de Sofres, y a tener distintos cargos dentro de la cúpula del BBVA. Hoy es tertulianoministro por el PP. Wert es un analfabeto suprafuncional.
Wert y Tremonti comparten la idea de que el arte no se come; que el arte no sirve para mucho.
Cuando confiamos en que nos gobierne gente que piensa así, estamos dando nuestra confianza a personas que ven en el artista un enemigo a exterminar. Porque estos políticos saben que el arte es la única expresión del intelecto que nos diferencia del resto de seres vivos; el ejemplo de que pensamos, razonamos y creamos porque pensamos, razonamos y creamos.
Es por esto que se reduce la inversión en educación, en cultura. No comeremos la celulosa en la que se imprime la Divina Commedia pero si que oleremos el estiércol de los cerdos de la granja. Hasta que se nos reviente la pituitaria.
Jon Manteca will have his revenge
14/11/2012
JOSE A SANTOS – ARTE Y CULTURA
Esa porra lleva mi nombre como destinatario
PRIMERA PARTE
Recuerdo las ostias que se veían en la tele en los ochenta. Me refiero a las que se daban en partidos de futbol como los del Barça contra el Atlhetic; las de los astilleros y la minería; o las que emitían los telediarios de las manifestaciones en España. Huelgas y movilizaciones como la de los universitarios en el 87 por la subida de las tasas. Eran peleas de otros tiempos. Peleas punkis. Estaba Jon Manteca, el cojo Manteca, haciendo equilibrios con una sola pierna mientras destrozaba lo que encontraba por la Gran Vía de Madrid a golpe de muleta. En segundo plano corrían jóvenes perseguidos por una policía que hacía equilibrios sobre las botas mientras abrían cabezas a golpe de porra. Luisa Prado, una chica de 15 años, se llevó un tiró de recuerdo a casa; gentileza de la policía que se vio obligada a actuar (sic) por revienta manifestaciones. El Cojo Manteca habló en televisión. Y España entera escuchó lo que tenía que decir aquel joven tullido y vagabundo.
Esta violencia la vi por televisión. Violencia catódica. Su visionado por parte del espectador de entonces – y las sensaciones que experimentaba – son totalmente distintas a lo que vivimos hoy cuando observamos y analizamos las ostias que emiten actualmente los medios: doy por sentado que 30 años cambian la percepción que una misma persona tiene de las cosas. Pero no me refiero a eso. Hablo de como el canal por el que distribuimos la violencia nos ha hecho mucho más permeables y a la vez insensibles. Que los tiros van más hacia una lectura McLuhanariana, vamos.
INTERMEDIO
Hoy. Huelga General en España. La segunda en lo que va de año. Podría dármelas de guay - porque dárselas de guay suele molar – y utilizar el sarcarmo para hablar de lo poco útiles que son los sindicatos, las huelgas y a su vez, los partidos políticos, el gobierno y la gente en general – que es muy vaga y por eso está en paro. Pues no. La huelga es imprescindible, para todos.
SEGUNDA PARTE
He trabajado durante un tiempo para diferentes informativos de televisión. Y me ha tocado cubrir manifestaciones tanto delante como detrás de la cámara. Sin saber cómo se siente un corresponsal de guerra diría que trabajar informando en según que concentraciones es similar a hacerlo en una guerra de mesa camilla y café. Como la cobertura informativa de una guerra de fogueo. Como transmitir un conflicto bélico doméstico.
Vamos, que quiero decir que he visto las porras de cerca. Y que he tenido que correr para escapar del fuego amigo de los antidisturbios. Y que he pasado de la emoción adrenalínica de encontrarse en el meollo las primeras veces al hastío de tener que sufrir las payasadas de quienes viven y disfrutan repartiendo leche (al Mosso de la fotografía me refiero).
Hoy Internet va cargado de videos y fotografias de ostias y mamporros entre manifestantes y policías. Eso nos ha hecho mucho más permeables y como espectadores nos escandalizamos más a menudo: se denuncian más actos de violencia gracias a que hay más medios para registrarla y más canales para difundirla. Pero su multiplicación y la velocidad con la que se mueven no hace que haya hoy más héroes anónimos surgidos de la violencia estructural contra el pueblo como el Cojo Manteca hace años: personas que ocupen portadas internacionales. Si acaso actualmente hay un número similar al que había en los 80. Con la diferencia de que esta fama y/o la repercusión mediática de este tipo de violencia llega ahora más fácilmente a millones de personas; pero el eco de esa acción, es decir su reacción, dispone actualmente de un brevísimo lapso temporal para conseguir ser algo más que un leve runrún en nuestro cerebro. La multiplicidad ha devaluado su efecto.
EPÍLOGO
Grecia en el 2011 es España en 1987. Es una sensación totalmente personal no basada en ningún dato macroeconómico ni cultural. Es lo que sentí trabajando allí algunos días. Habíamos viajado para cubrir las manifestaciones en Atenas contra los recortes del gobierno y el rescate del país. Estabamos en la plaza Syntagma a las 6 de la mañana preparados para grabar unas intros para los informativos. La periodista frente a mi. Yo tras la cámara. El parlamento al fondo de la imagen del visor. Y en medio: 20 manifestantes trasnochados que no tardaron en rodearnos, empujarnos y patearnos. Los chicos de la prensa y sus discursos de 50 segundos para la hora de comer no eran bienvenidos.
El hecho es que me sentí transportado al interior de la tele que yo veía hace 25 años: por el vestuario de aquella masa, por sus caras y el asfalto, por la brutalidad y la suciedad y el olor a lana punk. Es más: al escapar, entre los manifestantes, me pareció ver al bueno de Jon Manteca. Miraba como huíamos, y con nosotros, su posibilidad de decir algo en la TDT del siglo XXI.