Sujetos flipantes y objetos flipando
12/09/2012
JOSE A SANTOS – ARTE Y CULTURA
Anton Newcombe en DIG! cuando ve a Dios y al Demonio
Quédate con la imagen, es Anton Newcombe – si no le conoces, no te preocupes – y acompáñame en este viaje un par de minutos.
Primero al interior de la piel de la cineasta norteamericana Ondi Timoner. Le acaban de premiar por su documental We live in public en el festival de Sundance. Es la segunda vez que lo hacen. Es la única documentalista que cuenta con dos películas premiadas en Sundance. Estamos en el año 2009 y nos sentimos felices: con el galardón de hoy parece que tenemos lo que llaman ‘una carrera cinematográfica consolidada’. No estamos en los Oscars. Pero ganar en Sundance, reconozcámoslo, es mucho más cool.
Rebobinemos a cinco años antes: 2004. Y entremos otra vez en las tripas de Ondi Timoner. Estan muy revueltas. Tiene treinta y dos años y es toda una desconocida que se dispone a recoger un premio del jurado al mejor documental en el festival de cine independiente de Sundance. Hay nervios. Thank you. Han sido muchos años de trabajo: ¡siete! y cerca de 2.000 horas de metraje. El film se titula DIG! y es una doble crónica: la del ascenso al Olimpo de un grupo musical de Portland, The Dandy Warhols, capitaneados por un adonis llamado Courtney Taylor; mientras otro combo vecino y amigo cae a los infiernos: The Brian Jonestown Massacre. ¿Lo que siente Timoner hoy es lo mismo que sentirá 5 años más tarde en este mismo auditorio? Para saberlo rebobinemos aun más…
En los años 90 Timoner era una joven que acababa de salir de la escuela de cine. Un día descubre la música de un desconocido grupo de Oregon con un curioso nombre mitad homenaje a la psicodelia stoniana, mitad broma macabra del hippysmo destroyer. Son los The Brian Jonestown Massacre; y su alma espiritual, el cantante y compositor Anton Newcombe, tiene algo de mesiánico que atrae a la cineasta hasta convertirla en “la groupie con cámara de video”. Timoner lo graba todo: desde los conciertos, los ensayos, hasta las reuniones del grupo para comer o para viajar, cuando duermen, cuando hacen el idiota; graba los discursos revolucionarios de un Newcombe dopado, sus cabreos, sus peleas y cuando el músico se entera que su padre esquizofrénico se acaba de suicidar. También graba el momento en el que Anton Newcombe descubre la música de The Dandy Warhols, otros desconocidos que él cree serán sus hermanos para la revolución musical y espiritual que prepara.
Ahora que conoces a Anton Newcombe, volvamos a la imagen que abre este post: es ese instante en el que Newcombe le habla a Timoner por primera vez en el documental DIG! sobre The Dandy Warhols. Sabemos que la Ondi primera – la del párrafo anterior – admira profundamente tras la cámara a Anton. Aquí no es la cineasta profesional que recoge premios por su trabajo. Y no es la persona que ha hecho de su afición un oficio: es el ser humano que vive para registrar lo que cree que ha de ser registrado y conservado. Y los ojos de Newcombe nos devuelven la que seguramente es la misma mirada que la cineasta tiene en ese momento: una mirada pura de quien se descubre trascendiendo. Dos sujetos conectados felizmente gracias la música de un tercero. Pero también estamos nosotros: los que podemos ver esa mirada alucinada gracias a la cineasta y podemos participar de el momento. En total, 4 sujetos que comparten una misma espiritualidad en diferentes grados.
Vicente Verdú escribía sobre el personismo hace unos años en su ensayo Yo y tú, objetos de lujo: explicaba como el ser humano ha devenido en occidente en una subespecie hedonista; un ser sujeto/objeto – descrito en su texto como sobjeto - que anhela una felicidad relacionada con los múltiples nexos que se establecen con los demás, por muy superficiales y efímeros que sean estos contactos.
Nuestro nexo está registrado en el minuto 5:10 de la película para la supuesta posterioridad. Y como sobjetos hemos transitado desde entonces por caminos muy diferentes: Ondi dejó de filmar por devoción a hacerlo por profesión – muy probablemente ella lo negaría. Anton Newcombe siguió pregonando la revolución musical al margen de las discográficas y peleándose con todo el mundo; perdió pronto la fe en el cantante de The Dandy Warhols: porque los de Courtney Taylor firmaron por una multinacional discográfica, vendieron más discos de los que nunca habían imaginado, y su música acabó sirviendo de ‘relleno’ para los spots de telefonía móvil. Yo ahora escribo en Kolhosp. Y tú… bueno, tú ahora acabas de leer la última palabra de este post.
Once upon a time you dressed so fine…
31/08/2011
JOSE A SANTOS – ARTE Y CULTURA
este disco ha trotado como un canto rodado desde 1965
La próxima semana se cumplirán 46 años que la canción ‘Like a Rolling Stone’, que abría el sexto álbum de Bob Dylan, alcanzase el puesto nº2 de EEUU en la lista de Billboard. Por detrás sólo de los Beatles, número 1 con ‘Help!’. Fue el primero de los dos single de Dylan que han llegado tan arriba en las listas de ventas. El otro segundo puesto lo consiguió un año más tarde con ‘Rainy Day Women #12&35′. Pero ésta es otra historia. Hoy toca hablar del Dylan de 1965, el de ‘Bringing It All Back Home’ y ‘Highway 61 Revisited’: dos discos fundamentales del rock. La sal y pimienta de cualquier guiso musical y el ejemplo de que hoy todas las canciones están en Dylan o que Dylan está en todas las – buenas – canciones.
1965 fue el año en el que, sopladas las 24 velas del pastel de cumpleaños, Bob Dylan decidió darle carpetazo definitivo al folk: enchufó su guitarra a la corriente eléctrica y dejó huérfana a toda una prole que veía en él al Mesías poeta que da-voz-a-nuestras-protestas. Primero publicó el disco ’Bringing It All Back Home’. Desde el primer tema de la cara A advertía que algo estaba pasando en su música. Sus letras seguían protestando, pero ya NO eran las canciones protesta de Bob Dylan. En ‘Subterranean Homesick Blues’ escupía cosas como: ’ponte mal, ponte bien/quédate junto al tintero/es el timbre, yo no sé/si algo se va a vender/ponle ganas, ponte trabas/vuelve atrás, escribe en braile’. Y nadie entendía al nuevo y poco social cantante.
Dylan en la contraportada del ‘Highway 61 Revisited’
Cansado. Durante la gira por el Reino Unido que filmó D.A. Pennebaker en ‘Don’t Look Back’, Dylan vomita veinte páginas de lo que parece ser una novela. Sin embargo, y después de reducir lo escrito a 10 folios, surge lo que podría ser una nueva canción para un nuevo disco. Al principio: un montón de palabras que riman; pero es solo el principio… meses más tarde sería ‘Like a Rolling Stone’.
“Odio todas las etiquetas que me han puesto… Porque son etiquetas. Lo que pasa es que, simplemente, son feas, y sé, en mi corazón, que yo no soy… No he llegado adonde estoy ahora. Tan sólo he regresado, sabiendo que es el único modo. Lo que estoy haciendo ahora es lo que debo hacer antes de pasar a otra cosa”, explica el propio Bob Dylan en ‘No direction home’. A mediados de año, actúa en el Newport Folk Festival. Toca dos sets. Del segundo solo puede cantar tres temas antes de que lo echen del escenario los gritos y abucheos de buena parte del público: cometió el error de hacerse acompañar por una banda de rock con guitarras eléctricas.
En Julio publica ‘Highway 61 Revisited’. El Lp empieza como solo lo puede hacer un disco perfecto: Primero un golpe aparentemente seco de tambor que suena a pistoletazo de salida. Luego, a la carga, ataca toda la banda. Guitarra, bajo, órgano, piano y batería entran arrollándolo todo. A tropel. Es el primer compás de ‘Like a Rolling Stone’. No te das cuenta y se te han precipitado todos a la vez. Y subido encima de toda la banda, dirigiéndolo todo, está la voz de Dylan que literalmente te grita que qué se siente vagando sin hogar como una piedra del camino…
atentos al grito de… Ju-das!
Tanta potencia musical serviría para que ‘Like a Rolling Stone’ fuese el tema encargado de cerrar los shows de la época. Y si tenemos en cuenta el cómo de intensa se interpretaba la canción para puntuar y dar nota a la calidad del todo el espectáculo, la actuación de mayo de 1966 en el Free Trade Hall de Manchester fue de Cum Laude. Dylan se había hecho acompañar para la segunda parte del concierto de un surtido conjunto de músicos eléctricos. Por aquel entonces, algo tan habitual como el momento de abucheos y aplausos por parte de la audiencia. Habían interpretado ‘Ballad Of A Thin Man’ y se disponían a cerrar el set con ‘Like a Rolling Stone’ cuando un tal Keith Butler gritó “¡Judas!” entre el público. Con desdén Dylan masculla que no le cree y que es un mentiroso. Entonces, un segundo antes de empezar a tocar, se gira a la banda y les pide que toquen “JODIDAMENTE ALTO”. El momento es mítico e hizo que la grabación pirata de este concierto se convirtiera desde el primer momento en un clásico de la cultura popular.
Es en 1965 cuando el cantautor Bob Dylan se convierte en el poeta Dylan. Está en su cumbre creativa – aunque le quedarían por inventar discos como ‘Blonde on Blonde’ o ‘Blood on the tracks’. Tenían que pasar muchos años para que se hiciese fundamentalista cristiano; llevarse un Principe de Asturias que no recoge; cantarle al Papa y a los chinos y vender ropa interior para mujeres.
Desde entonces parece que Dylan ha estado jugando al despiste con sus fans; pero está bien recordar que siempre ha renunciado al papel de líder. Como cuando en diciembre del 65 acepta participar en una rueda de prensa para la KQED de San Francisco. El documento, la única rueda de prensa con Dylan que se ha televisado íntegramente, no tiene desperdicio: Dylan no quiere que le adoren. Hay muchas preguntas y respuestas, periodistas, críticos, fans y amigos como el poeta Allen Ginsberg entre el público.